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DICIEMBRE 2014

Oratoria: preparación del mensaje

“Intentemos olvidar  frases atribuidas a Gandhi, la madre Teresa, Bill Gates, Steve Jobs y de otros personajes que han sido secuestrados por charlatanes y los motivadores, quienes sin pudor, arrastran también el nombre de Napoleón Bonaparte.  Dudo que tan siquiera dijeron las frases que dicen dijeron”.   Su servidor, JD

El punto culminante de la preparación de un orador lo representa el momento de actuar. En la planeación del ejercicio, ya visualizamos la frase de apertura, el cuerpo del mensaje a exponer, cómo llevar el discurso hacia el tramo de salida y, en ocasiones, tenemos contemplada una frase de cierre que juzgamos es la adecuada para el contenido a exponer y el tipo de público.

Es preciso recordar, durante la fase previa a la ejecución de la pieza oratoria, la composición de la audiencia a la que vamos a hablar. Sin importar el nivel socio económico o cultural de la misma, es imprescindible tener en mente el factor claridad en el mensaje. Ojo, no confundamos claridad con neutralidad. La primera se refiere al orden exacto de palabras interpuestas en cada enunciado, o sea, que estén construidas con el rigor de la gramática. La segunda implica la búsqueda y sustitución de vocablos que, reducidos y compactados, sean tan asequibles en su conjunto que hasta un infante sea capaz de entender el mensaje.

Sobra decir que en un país como México, donde se obtienen títulos profesionales sin hacer esfuerzo, es recomendable mezclar un poco de ambos conceptos, pero priorizando el principio de claridad. Hay una variedad de términos técnicos que las personas menos instruidas entienden. Pienso en un concepto como la inflación. Quiero pensar que el ciudadano común y corriente asocia el significado de un modo correcto, o sea, con la elevación del nivel general de precios. También, doy por hecho que entienden palabras como desempleo, seguridad social, crisis, etc. Este argot, de la ciencia Económica y de las relaciones laborales, está muy presente en los medios masivos y por ende, en boca de las personas. Por supuesto, no pidamos que nos expliquen a fondo los significados, basta con que asocien el mismo con una situación real, porque son parte de nuestro entorno y vivencia cotidiana. Visto lo anterior, que nada detenga el uso de terminología que está omnipresente en los mensajes de los medios masivos.

El desarrollo de un discurso, como el relato, tiene un inicio, un progreso y un final. Soy de los que se inclinan por lo original, sencillo y honesto. En mi caso, procuro evitar caer en los lugares comunes, tan pisoteados que ya no se sienten firmes. Si, por ejemplo, se me ocurre la brillante idea de utilizar en el arranque una frase atribuida a Gandhi, corro el riesgo de sonar como tantos otros. Recurrir a las frases gastadas es exponer ignorancia, poca imaginación y una nula escrupulosidad, ya que voy a proyectar una preparación insuficiente para la presentación. Lamentablemente, hay adictos a esas frases gastadas, o mejor dicho, a la “sabiduría” de los supuestos autores de dichas frases. Esas pobres personas se distinguen por la miseria de pensamiento. Son tan ignorantes que si terminas una alocución diciendo: “Proletarios del mundo, uníos; según decía John Rockefeller”, te lo van a creer. Que no te sorprenda ver a un ejecutivo o director de empresa tomando nota de la frase:- ¡No me sabía esta de Rockefeller!-.  Así de mal estamos en Monterrey, México.

El inicio del discurso puede solucionarse con algo tan simple como un saludo: Buenos días, tardes, noches, etc. La mayoría de las veces, es innecesario querer lucir alguna cita ajena.

Es recomendable llevar a cabo el contacto visual, cara a cara, con parte de nuestro público, tan pronto expresemos el saludo o frase de entrada. A ésta, le sigue una pausa breve para examinar a la audiencia. Después, viene la exposición del tema o idea sobre la que versa el discurso. Puede ser una pregunta o una afirmación, la forma es lo de menos, pero eso ya lo debimos haber resuelto con anterioridad.

Cuando exponemos el núcleo del mensaje, hagamos un poco de imaginación. Supongamos que escucho al orador decir su proposición central. Como oyente, puedo tomar una de tres actitudes hacia la idea: deseo que el orador sea capaz de probar lo que anuncia, quiero que me explique a detalle su idea o me gustaría ver ilustrado con ejemplos lo que está exponiendo. O bien, si me pongo muy exigente, deseo que compruebe, explique e ilustre el tema.

Este punto pone en evidencia el propósito del eje o ejes argumentales de todo discurso. Ya debo estar prevenido del alcance del mismo y el modo de abordar esa necesidad de ser informado. ¿Tengo manera de probar lo que digo?, ¿mi discurso explica con suficiencia el tema?, ¿cuento con ejemplos conocidos para mostrar al público?, ¿Qué?, ¿qué?, ¿qué?…

Según lo que, como orador, me proponga transmitir, debo ver el camino a tomar para darle forma al  contenido de información que deseo compartir. De ser posible, el discurso ideal debe integrar argumentos que me sean útiles para esos tres propósitos. No olvidemos que la oratoria es un diálogo entre dos partes, tengamos presente las posturas de la audiencia y estas varían de una persona a otra, por tanto, las necesidades no son las mismas.

Seguramente puedo ganar atención desde el inicio, dependiendo de la brevedad y la selección de palabras. Después, en el segundo paso, que es la revelación de la idea, debo estar seguro de contar con la mirada (y los oídos) de la audiencia. Si ya logramos llegar bien parados hasta esta fase, el segmento argumental se torna crítico, fundamental. Por ello, debemos elegir bien la información a proporcionar, así como su estructura ordenada. La claridad se vuelve más exigente que nunca en este punto.

Si el público no nos ha dejado en este tramo, nada hay que impida concluir con éxito la presentación. La última parte pide repetir con brevedad la idea y los argumentos, para ser enfáticos. La terminación del discurso puede abarcar una reflexión propia o simplemente invitar a ello. Soy de la opinión que debemos invitar a la gente a que medite acerca de la información que les comparto. Aquí podemos finiquitar con un “hasta luego”, “gracias por su atención” o alguna frase escogida para el momento de la salida. Estos detalles los debe definir cada uno. Siendo sinceros, cualquiera opción funciona.

Todo cuerpo de información debe integrarse con respuestas a preguntas que nosotros debemos hacernos. La forma de abordar el tema con el público, nos pide recordar el papel de los oyentes.  Es en estos ejercicios mentales donde validamos la noción de que escuchar es a veces más importante que hablar.

Un orador, más allá de exponer un monólogo, dialoga con el público y consigo mismo.

¡Aprovecha cada oportunidad que tengas para esta apasionante actividad!

© Jaime Domenech (JD)  para Podio Beta            Diciembre de 2014.

Monterrey, México

Acerca de podiobeta

Estudioso del desarrollo de las habilidades sociales y en Comunicación presencial en la ciudad de Monterrey, México.

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